El problema de esto no radica en la enormidad del número, sino en
que hoy tendremos esencialmente los mismos sesenta mil pensamientos que tuvimos ayer y antes de ayer. Nuestro mundo interior es una frenética colmena de actividad con los mismos pensamientos que se repiten interminablemente.
A este frenesí interno yo lo llamo diálogo interior. Es un zumbar
omnipresente. La mayor parte de dicho diálogo interior es una suma de creencias que otras personas nos han transmitido. Esos pensamientos incluyen todas sus creencias sobre todo lo imaginable. No hay límites: la familia, las relaciones, el sexo, la política, la historia, el entorno, los delincuentes, Dios, todo. Los pensamientos llegan y se marchan, un día sí y otro también, en una repetitiva interacción de creencias.
Puede que recuerde lo que antes escribí acerca de las creencias. Expliqué que llevan en sí la duda porque las obtuvo de otras personas. Por lo tanto, su diálogo interior refuerza la duda. Duda respecto de uno mismo, de su capacidad para crear milagros, de su capacidad para las relaciones divinas, para curarse, para alcanzar prosperidad y, finalmente, duda sobre la capacidad para conocer el júbilo de la paz interior.
La forma de llegar a este lugar de paz interior, y en consecuencia
lograr la conciencia superior, es acallar el frenesí interno.
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